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La despedida final de la Reina Isabel II

Londres inauguró hoy el capítulo final de la larguísima despedida de Isabel II, que murió el 8 de septiembre a los 96 años, tras 70 años de reinado, abriendo las puertas de Westminster Hall, el único edificio medieval que queda del complejo a orillas del Támesis que alberga el parlamento más antiguo del mundo.

Un abrazo colectivo de majestuosas dimensiones, como no podía ser de otro modo para una reina que recorrió casi un siglo de historia. Y en el corazón de su Gran Bretaña, tierra de milenaria identidad monárquica.

Se trató del inicio de un homenaje público masivo de 4 días perfecto para sellar una solemne coreografía fúnebre que tendrá el funeral de Estado el lunes 19, como acto final en presencia de los poderosos del mundo.

El trayecto desde el Palacio de Buckingham, residencia oficial y ceremonial de la Familia Real, hasta el lugar de encuentro con el pueblo -alineado como una interminable serpiente humana por las calles- fue corto, pero lleno de símbolos regios y sugerencias evocadoras. Sin desbordes y respetando los tiempos.
La procesión estuvo acompañada por las notas de la banda de la Guardia Real -una vez más apretada alrededor de su comandante en jefe, entre chaquetas rojas y altísimos sombreros negros-; del redoble de pasos de marcha y golpes de tambor; de salvas de cañón y del tañido del Big Ben.

El ataúd de Isabel II, envuelto en el estandarte real y coronado por la Corona Imperial, así como por un ramo de flores escogidas entre sus favoritas en el jardín del Castillo de Windsor y en el de la residencia escocesa de Balmoral, donde falleció, cabalgaba hacia Westminster en el carro tirado por caballos, como dicta la tradición.
El ataúd de Isabel II, envuelto en el estandarte real y coronado por la Corona Imperial, así como por un ramo de flores escogidas entre sus favoritas en el jardín del Castillo de Windsor y en el de la residencia escocesa de Balmoral, donde falleció, cabalgaba hacia Westminster en el carro tirado por caballos, como dicta la tradición.

Todo bajo los destellos de un sol de septiembre que apareció de repente (tras la tarde lluviosa que anoche acogió el regreso de los restos de la monarca desde Escocia) en el cielo londinense, despejado de ruidos durante un par de horas, también gracias al aplazamiento o desvío de varios vuelos programados.
En tanto, miles y miles de hombres y mujeres la seguían en respetuoso silencio, roto aquí y allá por algún aplauso liberador.

Detrás del féretro, con una representación de soldados y algunos fieles colaboradores de la casa real, sólo estaba el núcleo más íntimo de la familia.

En primera fila, los cuatro hijos de Isabel (el rey Carlos III con los príncipes Anna, Andrés y Eduardo); en la segunda, los hijos de Carlos (y Diana), William al lado del rebelde Harry, como para dejar de lado las polémicas y los chismes; luego Peter Phillips (hijo de Anna y nieto mayor de la soberana); el primo duque de Gloucester, el conde de Snowdon (hijo de la difunta hermana Margaret) y el vicealmirante Tim Laurence (esposo de Anna).

Corazón de una dinastía que, si bien en medio de vicisitudes, escándalos y distintos roles, evidentemente apunta a dinamizar su configuración en nombre de los nuevos tiempos; incluso a riesgo de hacer brillar el hacha de cien despidos entre el personal del palacio.

A continuación, en el interior de Westminster, se unieron en un ambiente de profunda emoción a los esposos, uno tras otro: desde la reina consorte Camila, pasando por Sofía de Wessex, hasta Kate e incluso Meghan, vestida de luto en el centro de la escena como los otros, desafiando las expectativas de los tabloides más hostiles.

Todos unidos, al menos en este momento supremo, marcado en la cámara ardiente por un breve rito de bendición del féretro; por los coros de himnos sagrados; las referencias a la fe cristiana de la reina que hizo el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, y por el rezo del Padre Nuestro junto al rector de la Abadía de Westminster, David Hoyle.

Restos finales de una ceremonia, a la que siguió el emotivo depósito final del estandarte personal de Isabel II al pie del ataúd.

Se abrieron las puertas a la gente común, entre lágrimas, reverencias dignas, señales de la cruz y flores.

Luego, siguió la primera ronda de vigilia confiada a los líderes políticos del Reino Unido en plena vigencia, más allá de las divisiones (desde la premier Tory, Liz Truss, hasta el líder de la oposición laborista, Keir Starmer, junto a la primera ministra independentista del gobierno local escocés, Nicola Sturgeon, y la líder de los republicanos de Irlanda del Norte del Sinn Féin, Michelle O’Neill).

Finalmente, se abrieron las puertas a la gente común, entre lágrimas, reverencias dignas, señales de la cruz y flores.

Es el inicio de un flujo que hasta el lunes debería ver alternar hasta 750.000 personas solo entre las que podrán acceder al salón, según las previsiones de los responsables del transporte público londinense, y hasta más de un millón, según otras estimaciones.

A costa de tener que esperar -bajo la mirada de un aparato policial quizás inédito en la isla- en una cola que podría llegar a las 30 horas: un récord de paciencia insólito incluso para las proverbiales actitudes británicas.

Vía
papersnoticias.com
Fuente
abc.net.au

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