Se habitan las casas de las pandillas
Las antiguas casas de las pandillas de El Salvador son entregadas a lugareños luego de la pasificación del país

El antiguo bastión de las pandillas de La Campanera en la capital de El Salvador, San Salvador, está salpicado de casas vacías. Algunas eran las llamadas «casas destructoras», casas que las maras utilizaban para violar, asesinar y torturar. Otros fueron abandonados cuando sus dueños huyeron de la interminable violencia. Luego ocupados por las pandillas para que sus familias vivieran o despojados de materiales.
Ahora, son parte de un nuevo plan de vivienda social para complementar la dura política de seguridad, del presidente de El Salvador, Nayib Bukele. Ahora se comenzaron a reclamar las casas de las pandillas abandonadas, para entregarlas a los residentes locales.
Muchos, ya recibieron una de estas casas con la ayuda de un préstamo gubernamental a bajo interés. Ahora libres del miedo, incorporan reformas las modestas casas. En algún caso, incluyendo un agujero en la pared que las pandillas usaban como ruta de escape cada vez que la policía allanaba el vecindario.
Vivir en La Campanera desde la década de 1990 y ver crecer a las pandillas en fuerza y número fue difícil, afirma una beneficiaria del programa. «Perdimos nuestra libertad. Mis hijos no podían jugar en la calle o en los parques. Crecieron encerrados dentro, toda su infancia«.

Libre de pandillas, la vida es como siempre debió ser, pas y libertad
Ella señala que el arresto de más de 65 mil personas lo cambió todo. Todo comenzó con la represión gubernamental contra las pandillas hace un año. Ahora, su sufrido vecindario está empezando a deshacerse de su imagen violenta.
«Durante años, nunca expliqué dónde vivía. La gente a menudo no podía encontrar trabajo, había tanto estigma sobre vivir aquí. Pero ahora lo digo con orgullo: ¡soy de La Campanera!«, y ahora, se ríe.
La vida normal está volviendo gradualmente a esos distritos. Los mensajeros de entrega de comida rápida reaparecieron en lo que alguna vez fueron zonas prohibidas para los forasteros y la policía.
Y cerca, se está llevando a cabo un partido de fútbol a media mañana entre adolescentes de barrios adyacentes. Si bien eso puede no sonar como algo especial, el juego entre los equipos juveniles de San Antonio y San José es notable.
Las dos áreas solían estar controladas por grupos disidentes rivales de la famosa pandilla Calle 18 de El Salvador: los Sureños y los Revolucionarios. Los niños de un lado ni siquiera podían entrar en el barrio contrario, y mucho menos celebrar un partido de fútbol.
Jugar fútbol, cuando tu vida estaba en riesgo
Ahora los partidos regulares tienen lugar en el desaliñado campo artificial de San Antonio. «Esta nueva seguridad llegó para quedarse», señala uno de los entrenadores. «Muchos de esas pandillas estarán en la cárcel hasta que tengan 90 o 100 años». «Algunos, quizás nunca serán liberados. Esta generación crecerá en un ambiente más saludable y libre de pandillas».
La represión liderada por los militares logró más que solo devolver el orgullo cívico y los deportes a los antiguos bastiones de las pandillas. Tiene, un gran impacto en el crimen en todo El Salvador, y la tasa de homicidios, una vez considerada la más alta del mundo, ya se desplomó.
Sin embargo, es probablemente la política de seguridad más controvertida en las Américas. Las organizaciones de derechos humanos afirman que miles de personas sin vínculos con pandillas se encuentran detenidas arbitrariamente. A menudo con el más débil de los pretextos.